Marx y Engels
Karl Marx, filósofo, economista y sociólogo, dedicó gran parte de su vida y obra a criticar el sistema capitalista, a través del cual, según él, una clase social, la burguesía, propietaria de los medios de producción y de distribución de la mercancía estaría explotando a otra clase social, el proletariado, bajo el paraguas de la legalidad establecida, y del cual sólo podría escapar a través de una revolución. Tras su paso por varias ciudades de la Europa convulsa del siglo XIX como Bonn, Berlín, Colonia, Bruselas, o París, fue finalmente en Londres donde se estableció desde 1849 hasta su muerte en 1883. En todas ellas desarrolló una intensa actividad intelectual, filosófica, divulgativa, siendo a menudo perseguido y condenado, a veces en condiciones de extrema pobreza. Aun cuando fue un personaje conocido y muy respetado entre los círculos socialistas de su tiempo, fue tras su muerte cuando se convirtió en una figura realmente esencial para entender el devenir de la historia de Europa, y del mundo, al hacerse realidad varias interpretaciones de su pensamiento en los regímenes comunistas de Europa, América y Asia que surgieron tras el triunfo de los movimientos revolucionarios, primero en Rusia en 1919, y más tarde, tras la segunda guerra mundial, en otros países de Europa, en China, o Cuba, por ejemplo.
La sombra de K. Marx se proyecta hasta nuestros días de formas diversas, relacionadas principalmente con corrientes de pensamiento, movimientos políticos y plataformas sociales de corte siempre anticapitalista, aunque a menudo con distintos enfoques en su planteamiento y acción. La lucha de clases con la que explica el devenir histórico se mantiene en el discurso político y social de sindicatos y de algunos partidos políticos de “izquierdas”, la palabra “casta” con la que se adornaban los mítines en anteriores campañas electorales es sólo un pequeño ejemplo de ello. Su orientación revolucionaria y anticapitalista sigue siendo el argumento preferido para los que califican a los movimientos marxistas actuales de antisistema en tono peyorativo, pero son muchas las contribuciones a nuestro modo de vida que debemos agradecer a Marx. Pero no sólo a él, pues a su sombra estuvo siempre Friedrich Engels, el otro padre del socialismo científico.
Friedreich Engels nació en la ciudad de Barmen, Renania, en 1820. Creció influenciado por las ideas conservadoras y calvinistas de su familia, que era de clase acomodada. Pero desde su juventud comenzó a interesarse por ideas progresistas, como las del movimiento de los “jóvenes alemanes”: un patriotismo cultural, liberal y progresista, que exigía reformas republicanas, liberales y laicistas. Su evolución ideológica le llevó a conectar con las ideas de Hegel.
A pesar de lo que se pudiese pensar por su condición social, Engels fue más un activista que un simple teórico del socialismo. Su participación en la Primera Internacional, su colaboración con grupos socialistas y reformistas en el Reino Unido o los intentos de organizar los movimientos obreros de diferentes países, muestran la importancia de esta faceta.
En 1842 conoció a Marx, y dos años después comenzaron una colaboración que duraría cuarenta años. En 1848, Marx y Engels publicaron lo que se convertiría en el texto político más leído en la historia de la humanidad: El manifiesto del partido comunista.
Cuando, tras un montón de vicisitudes relacionadas con su activismo, Marx se vio obligado a mudarse a Inglaterra, Engels se unió a él. Allí comenzó a dirigir el negocio familiar. De hecho, Engels mantuvo a Marx y a su familia mientras conjuntamente elaboraron la que probablemente es su obra más importante, El Capital. Esta, aunque se consideró un tratado de economía, posee una innegable vinculación con la filosofía y la política. En ella se realiza un análisis profundo del sistema de producción capitalista y de las relaciones de poder y dominación de las clases sociales. Su redacción se dio, principalmente, entre 1861 y 1863, publicándose en 1867 el primer volumen. Entre 1885 y 1894, se publicaron los otros dos, de cuya edición se encargó personalmente Engels, tras la muerte de Marx.
Posteriormente Engels continuó trabajando en la difusión de las ideas que ambos compartían, oponiéndose tanto al izquierdismo como al simple reformismo, llegando su pensamiento hasta nuestros días.
Friedreich Engels nació en la ciudad de Barmen, Renania, en 1820. Creció influenciado por las ideas conservadoras y calvinistas de su familia, que era de clase acomodada. Pero desde su juventud comenzó a interesarse por ideas progresistas, como las del movimiento de los “jóvenes alemanes”: un patriotismo cultural, liberal y progresista, que exigía reformas republicanas, liberales y laicistas. Su evolución ideológica le llevó a conectar con las ideas de Hegel.
A pesar de lo que se pudiese pensar por su condición social, Engels fue más un activista que un simple teórico del socialismo. Su participación en la Primera Internacional, su colaboración con grupos socialistas y reformistas en el Reino Unido o los intentos de organizar los movimientos obreros de diferentes países, muestran la importancia de esta faceta.
En 1842 conoció a Marx, y dos años después comenzaron una colaboración que duraría cuarenta años. En 1848, Marx y Engels publicaron lo que se convertiría en el texto político más leído en la historia de la humanidad: El manifiesto del partido comunista.
Cuando, tras un montón de vicisitudes relacionadas con su activismo, Marx se vio obligado a mudarse a Inglaterra, Engels se unió a él. Allí comenzó a dirigir el negocio familiar. De hecho, Engels mantuvo a Marx y a su familia mientras conjuntamente elaboraron la que probablemente es su obra más importante, El Capital. Esta, aunque se consideró un tratado de economía, posee una innegable vinculación con la filosofía y la política. En ella se realiza un análisis profundo del sistema de producción capitalista y de las relaciones de poder y dominación de las clases sociales. Su redacción se dio, principalmente, entre 1861 y 1863, publicándose en 1867 el primer volumen. Entre 1885 y 1894, se publicaron los otros dos, de cuya edición se encargó personalmente Engels, tras la muerte de Marx.
Posteriormente Engels continuó trabajando en la difusión de las ideas que ambos compartían, oponiéndose tanto al izquierdismo como al simple reformismo, llegando su pensamiento hasta nuestros días.
El derecho a disfrutar de tiempo libre, es decir, de que las obligaciones laborales no deban ocuparnos totalmente para poder vivir con dignidad, de las vacaciones pagadas, o de la pensión de jubilación, son parte de su legado. Las vacaciones remuneradas, que hoy nos parecen “de siempre” son un derecho largamente anhelado pero adquirido oficialmente por primera vez en 1917 por los trabajadores rusos tras la revolución bolchevique. De todas formas, su aplicación estaba sujeta a condiciones relacionadas con el comportamiento, lo cual, en la práctica, suponía una forma de opresión. Muchos otros países implantaron las vacaciones en sus planes estratégicos de desarrollo económico. Por ejemplo, en la Alemania nazi, formaban parte de un sistema de penalizaciones y remuneraciones con las que se buscaba aumentar el rendimiento del trabajador y fidelizarlo. En España, fueron primero los oficiales del ejército y funcionarios los que, en 1918, pudieron primero disfrutar de estos derechos.
Rápidamente fueron reivindicados por otros sectores de la clase trabajadora, hasta que el gobierno de la Segunda República incorporó una semana de vacaciones remuneradas en la pionera Ley de Contrato de Trabajo de 1931, en la que se regulaban además jornadas de trabajo, seguros de maternidad, vejez o invalidez, participación en los beneficios de las empresas, entre otros. De todas formas, la inestabilidad política impidió su aplicación. En Francia, la Asamblea Nacional terminó por publicar en 1936, tras una movilización popular masiva conocida como la “huelga alegre” un pacto económico conocido como los Acuerdos de Matignon, que son reconocidos como el germen del llamado estado del bienestar europeo. Otros países, con menos influencia marxista, como Estados Unidos, no contemplan este derecho en sus normativas laborales.
Rápidamente fueron reivindicados por otros sectores de la clase trabajadora, hasta que el gobierno de la Segunda República incorporó una semana de vacaciones remuneradas en la pionera Ley de Contrato de Trabajo de 1931, en la que se regulaban además jornadas de trabajo, seguros de maternidad, vejez o invalidez, participación en los beneficios de las empresas, entre otros. De todas formas, la inestabilidad política impidió su aplicación. En Francia, la Asamblea Nacional terminó por publicar en 1936, tras una movilización popular masiva conocida como la “huelga alegre” un pacto económico conocido como los Acuerdos de Matignon, que son reconocidos como el germen del llamado estado del bienestar europeo. Otros países, con menos influencia marxista, como Estados Unidos, no contemplan este derecho en sus normativas laborales.
Seguramente nuestros conceptos de satisfacción laboral, comercio justo, o de explotación infantil serían otros sin su legado. Concretamente, este último punto fue de especial interés para Marx, que abogaba por una escuela obligatoria gratuita mientras veía como los niños estaban siendo explotados como fuerza laboral barata en fábricas por toda Europa. Sobre la satisfacción laboral, que luego fue adoptada como un pilar de la productividad laboral por otras corrientes de pensamiento nada sospechosas de marxistas, escribía: “Sentir orgullo por lo que produces te llevará a la satisfacción laboral que necesitas para ser feliz”.
Su permanente llamada a la acción para cambiar las cosas, un elemento nuclear del materialismo dialéctico, puede liberarnos de la resignación cotidiana ante lo que no gusta pero que “siempre fue así”. Podemos cambiar las cosas es el “Yes, we can” que llevó a Obama a la presidencia de los Estados Unidos. Y seguramente sin sus advertencias “antisistema” no estaríamos tan alerta ante las puertas giratorias, ante la corrupción de políticos y cargos de la administraciones públicas, ante la preocupante relación entre los medios de comunicación y diferentes aparatos del estado que copan los titulares de actualidad política y mítines de la pasada campaña, como por ejemplo el caso de las cloacas de interior o las “fake news”, o ante los casos de filtraciones masivas de datos personales de redes sociales para influir en las decisiones de los votantes en unas elecciones.
Una cosa está clara, tan actual como el sistema capitalista es el pensamiento marxista.
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Buena entrada Marta y buen trabajo con este blog. Enhorabuena!!
ResponderEliminarSaludos