Pedro Abelardo

El
principal problema al que se enfrentaba San Agustín, al igual que
los filósofos posteriores, era explicar las relaciones entre la fe y
la razón. Él llega a la conclusión de que razón y fe no están
necesariamente en oposición, sino que se complementan. La fe sería
necesaria para entender el cristianismo, pero no sería una condición
suficiente. Es necesaria también la razón, ya que sin el
pensamiento, no existiría la fe.
En
sus obras reflexiona sobre la religión cristiana influido por el
neoplatonismo, y lleva a cabo una epistemología en la que distingue
tres niveles de conocimiento: sensible, racional y contemplativo.
Pero sobre todo se interesaba por el “problema del mal”: si
Dios puede, sabe y quiere acabar con el mal, ¿por qué existe el
mal?. Esto
se había convertido en un argumento contra la existencia de Dios,
pero Agustín pretende demostrar la coherencia de la existencia de
Dios y del mal al mismo tiempo.
Lo
que hace para resolver este problema es afirmar que Dios creó todo
bueno. El mal sería entonces, debido a la influencia de Platón, la
ausencia de bien y no una realidad en sí misma. Su
origen estaría
en la capacidad que le otorga Dios al ser humano de elegir por medio
del razonamiento entre el bien y el mal, ya que los hombres son
entidades racionales por definición. De
este modo son los propios hombres los creadores del mal, y
no Dios.
Una
vez conocemos a San Agustín ya podemos pasar a hablar de nuestro
protagonista.
Pedro
Abelardo (1079-1142) fue una extraordinaria figura de su tiempo. De
origen acomodado, parece que su interés por el conocimiento era
mucho mayor que por las artes militares, lo que le llevó a ingresar
en la escuela episcopal de París a los 20 años.
Junto
a los conocimientos que iba adquiriendo, y a su interés creativo por
la poesía y la música, su dominio de la lógica y su carácter
combativo le convirtieron en un habitual de las disputas dialécticas,
debido a las cuales fue ganando abundantes enemigos, entre ellos
profesores suyos de gran renombre, como Guillermo de Champeaux, el
archidiácono y personaje principal de la escuela episcopal, al que
ridiculizó en público y dejó sin alumnos, o el profesor de
teología Anselmo de Laon, que corrió parecida suerte poco después.
Su
fama creció aún más cuando comenzó a trabajar como maestro laico
en la escuela catedralicia de Notre-Dame, en 1114, a los 35 años. Un
año después conoció allí a Eloísa, la hija de 15 años del
canónigo de la catedral, Fulberto, de la que se enamoró, y con la
que tuvo un hijo cuatro años después de iniciar una apasionada
relación secreta. La reacción de Fulberto al enterarse fue la de
vengar la afrenta castrando a Abelardo ayudado por unos sirvientes,
lo que les valió luego a ellos el castigo de su propia castración y
destierro. Eloísa fue internada en un convento, y él, tras un año
de descanso en Saint-Denis, volvió a la vida pública, enseñando y
polemizando con Roscelino, esta vez en Provins.

En
esta escuela fundaría posteriormente un monasterio, donde hizo
abadesa a su amada Eloísa.
Una
segunda acusación de herejía, esta vez formulada más sólidamente
le llevó a ser condenado por el papa a silencio perpetuo como
docente en 1141. Murió un años después a los 63 años. Años más
tarde, su querida Eloísa fue enterrada junto a él, y los amantes
siguen compartiendo el sueño eterno en un cementerio de París.
La
biografía de Abelardo destila un carácter indomable, gran fortaleza
en las convicciones sobre su vasto conocimiento del saber de la época
que le tocó vivir, y extraordinaria precisión y habilidad en la
presentación de sus argumentos dialécticos.
En
su época también nos encontramos con una principal controversia
filosófica entre materialismo e idealismo. Aquí surge lo que se
llama Filosofía Escolástica, posterior a San Agustín, en la cual
se subordina la especulación filosófica al dogma cristiano.
Abelardo sostenía las ideas del conceptualismo, próximas al
materialismo, por lo que sus ideas chocaban con el realismo
escolástico.
Su
interpretación del lenguaje como intermediario entre el sujeto y la
realidad que lo rodea hizo que los universales, objeto de gran
controversia durante la Edad Media, pasaran a ser considerados
categorías lógico-lingüísticas. Frente a la concepción realista
neoplatónica de afirmar su existencia real y objetiva, o la
corriente nominalista que los considera meros nombres que no podían
reflejar siquiera las cualidades de los objetos particulares a los
que se refieren, el lenguaje y la lógica parecen ser las
herramientas con la que los conceptualistas seguidores de Abelardo
consiguen salir del laberinto platónico en que había derivado el
mito de la caverna.
En
su libro "Sic et Non" muestra
su creencia de
que la fe religiosa debía
ser limitada
por unos principios racionales. El cual comienza con la siguiente afirmación en su prólogo: “Puesto que en la enorme cantidad de cosas que se han dicho, incluso algunas de las afirmaciones de los santos no sólo difieren entre sí, sino que hasta parecen contrarias, no es una empresa aventurada el someterlas a juicio ya que ellos han de ser los jueces del mundo...”
Por este libro, sumando también sus aportaciones a la ética, donde pretende
romper con la tradición cristiana y superar la visión pesimista de
San Agustín, y
que tuvieron
que resultar demasiado atrevidas en una época en la que la moral
estaba basada en dogmas y preceptos,
no
es extraño que alguna acusación de herejía prosperase.
También
resulta interesante su interpretación particular
del pecado, que
se
basa en el juicio de la intencionalidad, y no del resultado del acto.
Es
decir, Dios no juzgaría lo que se hace, si es bueno o malo, sino el
por qué
se hace (como se suele decir, “lo que cuenta es la intención”). Una cosa es mentir y otra que el que habla se equivoque y se aparte en sus palabras de la verdad por error y no por malicia. Esto choca
no
solo con San Agustín, sino también con
un escolástico posterior: Santo Tomás de Aquino.
Santo
Tomás nace
en 1225 y estudia en Nápoles, París y Colonia como alumno de
Alberto Magno. Defiende la compatibilidad de la fe católica y la
razón, encontrando la solución al problema de las relaciones entre
ambas “vías de conocimiento”.

Podemos
ver que Pedro Abelardo fue un revolucionario, se opuso al pensamiento
propio no solo de su época sino de la época posterior. Fue un
verdadero maestro del lenguaje, creativo y con un fuerte carácter.
Envidiado,
odiado, amado, castrado violentamente, condenado...¿cómo es que se
pasa de largo la figura de Abelardo, casi como si no hubiera
existido?
Webgrafía
Algunos enunciados sacados del libro Si y No (Sic et Non): http://giemmardelplata.org/wp-content/uploads/Pedro-Abelardo-S%C3%AD-y-No.pdf
Interesante entrada, Marta. Hace ya bastantes años, sí que había un texto de Pedro Abelardo como lectura obligatoria para los alumnos de 2º de Bach: Historia calamitatum, una autobiografía del autor.
ResponderEliminarSaludos